jueves, 24 de febrero de 2011

En Piñones recuerdan a Adolfina

por Jessica Rosa Andino
Horizonte http://www.facebook.com/note.php?note_id=199546513389542

Adolfina se dejó matar, desde el cielo los perdonará.

Así dice la letra del coro del número musical titulado Desahucio, de 1995, escrito en conjunto por el fenecido compositor boricua Tite Curet Alonso y el cantautor panameño Rubén Blades en su último trabajo juntos.

Y no puede haber un trabajo más especial que esta canción para honrar la vida de la asesinada loiceña Adolfina Villanueva Osorio.

Ese número musical aún retumba en cada rincón de Loíza.

Cada 6 de febrero, fecha en que se conmemora el día en que un miembro de la Uniformada le arrebató la vida a la mujer al frente de su hogar cuando salió a defender a los suyos de los desalojos de la época.

En el aniversario número 31 de su muerte, sus seguidores se reunieron en Piñones frente al mural que se pintó en su honor para recordarla y repudiar una vez más el asesinato fría en el 1980.

“Adolfina Villanueva nos sirvió de inspiración a nosotros que vivimos el desalojo en Villa Sin Miedo en 1982”, expresó Miguel González, pionero de las luchas de Villa Sin Miedo y primero en llegar a la actividad de conmemoración el pasado domingo.

“Ella fue una mujer muy valiente y por eso no podemos dejar morir su recuerdo (...) La recordamos con mucho cariño, pero a la vez con mucha indignación porque ése fue uno de los muchos asesinatos que han habido en este país”, dijo González a Horizonte.

Pasadas las 12:00 m., los seguidores de Adolfina se reunieron bajo una carpa blanca acompañados del cuadro pintado por el artista Samuel Lind, inspirado en la heroína loiceña para destacar la valentía y el legado de ésta.

“Adolfina vive”, exclamó de entrada Dominga Flores, residente en Vega Baja y miembro del Comité Resistencia y Dignidad Adolfina Villanueva.

“Aunque estamos conmemorando el día que ella falleció, yo quisiera que llegara el día que aprendamos de verdad de estos asesinatos, de esos valores que ella tenía”, mencionó Flores.

“No es conmemorar y nos fuimos y ya. No es así de fácil. El valor que esa mujer tuvo se nos tiene que meter por los poros”, exhortó.

“El asesinato fue en febrero de 1980 y luego, en abril, se dan los arrestos en Chicago del grupo de las Fuerzas Armadas de Liberación Nacional (FALN) y yo estaba bien indignada. Lo que quería era acabar con este sistema y me inscribí en la milicia porque lo que quería era aprender. Cuando regresé a Puerto Rico en el 2002 seguí de cerca el caso de Adolfina Villanueva hasta hoy”, detalló Flores, quien dejó entrever que atraviesa por un proceso de desalojos similar.

Otra fémina, a quien de igual forma Adolfina Villanueva sirve de inspiración, es a la portavoz de la Coalición Piñones-Loíza, Milagros Quiñones.

“Adolfina Villanueva representa para nosotros la lucha que ha tenido este pueblo de Loíza a través de tantos años ,donde hemos reclamado la titularidad de terrenos. Hemos vivido arrimados, pero apoderados de los espacios que hemos luchado”, expresó la líder cívica.

“Adolfina puso una voz, sacrificó su vida, pero la gente no vio lo que es la fuerza, el sacrificio por luchar por sus espacios. Ella fue muy valiente”, acentuó.

CLASISMO, SEXISMO, RACISMO E IMPUNIDAD

El ingeniero José Benítez comparó los pormenores del asesinato de Adolfina con cuatro vehículos de motor llamados sexismo, clasismo, racismo e impunidad, que chocaron a la vez en un mismo lugar.

Dijo que estos problemas aún se viven día a día.

Mientras que a Tati Fridman, coordinadora de la actividad, le sobran palabras para expresar las grandes cualidades de la mujer. “Adolfina Villanueva es nuestra mártir. Propongo que el ejemplo de Adolfina hay que estudiarlo más a fondo porque gracias a ese sacrificio ahora hay más cuidado cuando van a desalojar gente. Hay que crear consciencia”, señaló Fridman.

RECUERDOS FAMILIARES

Una de las presentes en la actividad de conmemoración fue Inés Padilla, sobrina de Ramón Avilés, esposo de Flor Villanueva, la hermana de Adolfina.

“Recuerdo a Adolfina como una persona agradable. Ellos vendían cositas en su casa y cuando iba con mi papá, los nenes de Adolfina siempre se trepaban en las palmas a tumbar cocos”, recordó con nostalgia.

“Yo me iba mucho con mi papá en las vacaciones y recuerdo su casita, a su mamá ...Pero lo más impresionante fue lo del asesinato”, subrayó Padilla, quien se hace cargo de Flor y su esposo, quienes viven en un hogar de envejecientes en Bayamón.

Hablamos del tema de vez en cuando, y cuando le dije que venía para acá, me dijo que saludara a su otra hermana (Marta Villanueva, la hermana menor de Adolfina) porque ellas eran bien unidas, pero no está aquí”, expresó Padilla.

“Nosotros como familia estamos muy contentos de que toda esta gente esté aquí recordando a Adolfina, porque debe de servir de inspiración para que otras personas sigan luchando por tener un hogar decente y para parar el abuso policiaco. De la misma forma que abusaron con Adolfina, es la misma forma que están abusando con los estudiantes de la Universidad de Puerto Rico”, comparó Padilla.

“¿Por qué tenían que matarla?”, cuestionó.

“No se justifica matar a una persona para sacarla de la casa y menos una mujer que está con sus hijos; pusieron a todos en riesgo, pudiéndola sacar de otra manera”, finiquitó Padilla.

Al parecer, cada año llegan más y más personas interesadas en la vida de la heroína a los actos de conmemoración y sirven de mensajeros para que la muerte de Adolfina Villanueva no quede en el olvido.

Tal es el caso del joven artista plástico Ricardo Sánchez, quien participó de la actividad por primera vez y anunció que pronto concluirá un trabajo que recoge los males sociales, incluyendo el caso de Adolfina.

De otra parte, los cineastas Arven y Alberto llegaron a Piñones con la intención de recopilar información para un cortometraje sobre la vida y legado de Adolfina que interesan realizar.

Los seguidores de la mujer asesinada por la Policía en el 1980 le rindieron un homenaje en el aniversario de su muerte
Inés Padilla, pariente de Adolfina, comparó las luchas contra los desalojos con la situación de violencia entre los estudiantes y la Uniformada por la que atraviesa la Universidad de Puerto Rico.
Horizonte / Jessica Rosa Andino
El acto de recordación se realizó frente al mural que se pintó en honor a Adolfina en Piñones

lunes, 14 de febrero de 2011

UPR 1989 Pasión y Muerte de Adolfina Villanueva(video)

De: Tati Fridman
¡Acabo de encontrar esta joya presentada en la IUPI por Rosa Luisa Marquez y sus estudiantes en semana santa del 1989!
Otra razón poderosa para defender la IUPI, su currículo de teatro y drama.
¡Qué vivan los teatreros de la UPR!
ver en http://hidvl.nyu.edu/video/000514149.html

domingo, 13 de febrero de 2011

Luna de Medianía por Margarita Maldonado Colón

a Adolfina Villanueva

in memoriam

Aquella mañana, como de costumbre, se levantó cuando cantó el gallo y los coquíes callaron. Coló el café y se asomó furtivamente por la persiana. A lo lejos, a través del palmar, se asomaba un horizonte como línea difusa entre el cielo y el mar, en un todo de distintos matices.

El murmullo de las olas la sumió en un ensueño. Así, recordó que su despertar, desde que nació, siempre estuvo acompañado del sonido de las olas y del cantío de los gallos. Sus sentidos despertaron a los mismos estímulos: la música del mar, el olor a salitre, la caricia de la brisa marina, el sabor salado del aire y el azul del horizonte.

Respiró profundamente la brisa salobre de la mañana entremezclada con el aroma del café recién colado. Mientras tomaba el pocillo negro, acercó una silla y se sentó a contemplar, pensativa, un rayo de luz oblicuo y cargado de minúsculas y luminosas partículas de polvo que se filtró por una hendija entre las tablas de la pared. Se reconoció a sí misma en una de aquellas partículas flotantes en el efímero rayo sentenciado a muerte por las sombras y ponderó que su vida, tranquila hasta aquel momento, había perdido la paz a la que estaba habituada. En su mente sobrevoló aquella palabra nueva y artera: deshaucio.

Miró nuevamente por la ventana y se detuvo en una escena que le llamó la atención. Notó algo que dibujó una línea de preocupación en su frente. De nuevo recordó el significado de la palabreja esgrimida por el propietario: deshaucio. Dejó apresuradamente el pocillo sobre la mesa y corrió hasta uno de los cuartos donde su hombre se hallaba. Tardó un poco en sacudirle el sopor del sueño; pues había estado toda la noche pescando jueyes y regresó de madrugada, sin nada. Tiempo perdido. Lo zarandeó varias veces hasta que logró despertarlo. ¿Qué pasa? Al ver la cara preocupada de su mujer y el misterio en su voz, se percató de que algo anormal ocurría. De un tirón, se puso los pantalones y corrió hacia la ventana de la cocina. Por la persiana entreabierta vio que, al otro lado de la verja, se paseaba Benito el propietario, con mirada sospechosa. Observó que después de darle varios rodeos a la casa, se fue, como si hubiera estado haciendo una inspección. Qué estará haciendo por ahí el desgraciao ese… No nos puede tiral a la calle. Y meno con sei muchachito… Se supone que aquí hay justicia. Que aquí hay justicia… ¡Jum…! Leyesss… Eso es lo que hay en este país. Leyes pa' jodelnos a los pobres, respondió, sus dientes apretados, la mujer. Callaron y quedaron pensativos, sentados. La mirada desolada, fija, en un punto incierto del trozo de horizonte que se percibía a través de la persiana. La mujer se levantó y comenzó a trastear en la cocina. Al rato, le sirvió al marido una taza de café con leche y se tomó el pocillo que había dejado, momentos antes, sobre la mesa. Desayunaron en silencio.

Él se levantó y miró nuevamente por la ventana. Volvió a ver a Benito. Ella, a su vez, lo miró con la sombra de un mal presentimiento prendida en la mirada. Luego, los niños mayores se levantaron llenando la casa de risas y gritos. Les dio el desayuno. Prepáresen pa’ ir a la escuela. Un niño de año y medio dormía en una cama cerca de la ventana y los otros cinco se encontraban por toda la casa alrededor de las nueve de la mañana, cuando comenzó un alboroto. Llegó el alguacil con un contingente de policías. Desde el otro lado de la verja de alambre, les gritaron por un megáfono que tenían que salir, que debían acompañarlos al Cuartel. Dentro de la choza reinó el silencio. El alguacil lo interpretó como una negativa. Volvió a llamar. Ante la obvia negación del matrimonio, el Sargento gritó: ¡Van a tener que salir a las buenas o a las malas!, y a sus órdenes, sus hombres sitiaron la casa. El oficial saltó por la verja y se enfrentó al padre de familia ordenándole, en repetidas ocasiones, que abandonara la propiedad. El hombre, con gesto indeciso, sólo dijo: Enséñeme los papele. Los policías, armados con revólveres y armas largas, fueron cautelosamente dispersándose por la playa, rodearon la casa y un contingente mayor se agrupó por la parte de atrás.

Para obligarlos a salir, comenzaron a lanzar bombas lacrimógenas, hasta que el aire se enrareció con el olor irritante. Todo el ambiente se cubrió de brumas. Las gallinas cacarearon frenéticamente y revolvieron el arenal en una carrera desenfrenada. El hombre sintió a sus hijos asustados en el interior de la casa y calculó el poder de la fuerza policíaca; pensó que era mejor acatar las órdenes del sargento. Sacó de su bolsillo un mohoso e inservible revólver que había ocultado con el propósito de amedrentar y lo alargó hacia el oficial. En ese instante, la mujer, con sus ojos llorosos, salió de la casa y les arrojó las grillas que había usado el marido para alumbrarse la noche anterior, pescando jueyes. Y mientras las arrojaba, blandió al aire un trozo de machete. Con voz enronquecida gritó: ¡Váyasen pal carajo! Casi de inmediato, otros policías saltaron la verja y, en un despliegue exagerado de su fuerza, se colocaron en posición para comenzar una balacera por todos los flancos. Sin que pudiera recuperarse del desconcierto por la ira descontrolada de la mujer, el Sargento comenzó a disparar reiteradamente.

La mujer corrió. El marido corrió. Los gases inundaron totalmente la pequeña choza. Las balas penetraban por las ventanas cerradas y silbaban cerca de los oídos de los niños quienes tosían, lloraban, gritando aterrorizados. Enloquecidos por el miedo, los pequeños se estrellaban ciegos contra las paredes y corrían a ninguna parte.

Acosada por los disparos, la mujer, despavorida, corrió buscando refugio de la balacera. Y, sólo por un instante, vio que la vida se le convertía en algo ajeno, que ya no le pertenecía. Entendió que todavía le quedaban muchas cosas por hacer, que aún quería noches de amor con su negro, que todavía quedaba ternura para sus negritos... muchas palabras de amor por decir, conversaciones por terminar, caricias que prodigar… Que aún no completaba su misión en la vida…. Y… ¡cuán absurdo que todo acabe así, sin su consentimiento!

Pensó en sus hijos; en su hombre. El pensamiento se aposentó en ellos. Se sintió sola. Tuvo miedo, pero no por sí misma, por los otros, por los que quedarían, por los que la necesitaban, por los que era preciso vivir. Deseó poder ocultarse de la muerte que la acechaba, que la reconocía. Aturdida, pudo escuchar aquella injuria escupida en plena cara: Negra sucia. Y, malherida, se volvió y esgrimió nuevamente su machete. De frente. Frente a doce balas que fulminaron su cuerpo, que perforaron doce rojos huecos en su pecho. Que perforaron también su corazón de madre, su corazón de amante. Pudo ver al enemigo frente a frente. A la cara. Y vio el rostro de la muerte vestida de azul que venía ya a buscarla con su mirada impiadosa, abusiva, implacable.

Sobre la arena, cayó de boca, con el horror de la última escena cristalizada en sus ojos siempre abiertos. Y sudó sangre abundante que fue filtrándose desde los enormes doce poros de su pecho hasta la tierra. Tierra que le pertenecía y de la cual querían despojarla. Hacia ese pedazo de tierra donde quedarían, luego, los escombros de su vida y la de sus seres amados. Escombros que dejó como legado a sus hijos. Escombros de madera y de muñeca rota, desmembrada, descuartizada. Y allí quedaba un zapatito blanco de niña, como paloma herida por la muerte, que también se llevó volando hacia la nada unos pasos que ya no volverían.

Esa noche no hubo luna en Medianía... El barrio de Medianía. El cielo lloraría torrencialmente para mezclar su llanto con la sangre derramada, con la vida violentada. Aquella noche no pudo haber ninguna luna en Medianía... El cielo vistió de luto sus nubes negras. No hubo luna allá en Medianía... Porque la luna era negra como ella. Porque de luto fue la atmósfera en su muerte. Rabia y luto. Muerte oscura. Y sobre todas las cosas, porque no fue suficiente una sola bala para aplacar la milenaria rabia del corazón de una … pobre… mujer… negra… Adolfina de luna negra en Medianía.

http://margaritamaldonado.tripod.com/lunademediania.htm

Cuento: DESAHUCIO EN EL PALMAR… “Yo creo que ellos fueron allí a matar” Marta Villanueva

Cuento: DESAHUCIO EN EL PALMAR… “Yo creo que ellos fueron allí a matar” Marta Villanueva

Nota: Desahucio en el Palmar, uno de los cuentos del libro Capá prieto, recoge la historia del asesinato de Adolfina Villanueva un 6 de febrero de 1980 en Loíza, Puerto Rico. Su hermana Marta lo relata en este reportaje publicado por el periódico El Nuevo Dia el 7 de febrero de 2010. Marta fue entrevistada por la escritora Yvonne Denis y sus relatos fueron los que generaron la creación de dicho cuento desde bases históricas.

“Marta Villanueva recuerda vívidamente la muerte de Adolfina, ocurrida hace 30 años.

Por Jorge L. Pérez / jperez@elnuevo.com

http://www.elnuevodia.com/yocreoqueellosfueronalliamatar-668915.html

Adolfina Villanueva Osorio tenía 34 años cuando, el 6 de febrero de 1980, murió baleada por la Policía que intentaba desalojarla de la humilde casa de madera localizada en el sector Tocones del barrio loiceño de Medianía Alta. La mujer presuntamente había salido machete en mano de la casa en que vivía con su esposo y sus seis hijos para enfrentar el masivo operativo del desahucio, compuesto, según se informó entonces, por cinco alguaciles y 16 policías.

Adolfina murió de un disparo en el costado. Su esposo, el pescador Agustín Carrasquillo Pinet, quedó herido de cuatro balazos en una pierna. Dentro de la casa, de acuerdo a un estremecedor relato que el viudo le hizo días después al reportero José Rafael Reguero, de El Nuevo Día, algunos de los seis hijos -de entre 2 y 12 años, todos nacidos en el mismo lugar- lloraban a gritos en medio del tiroteo.

Según éste, la policía continuó disparándole a la casa aún después de matar a su esposa y herirlo a él, y completó su faena lanzando gases lacrimógenos.

El desahucio se completó a cabalidad, de acuerdo a la orden de un juez: la acción violenta comenzó en la mañana; una aplanadora hubo de derribar la vivienda de madera antes de que anocheciera. La orden legal se produjo a raíz de un caso presentado por el terrateniente Veremundo Quiñones, quien compró los terrenos que el dueño anterior le había cedido al padre de Adolfina y éste, a su vez, permitió que construyera su vivienda el pescador Carrasquillo luego de casarse con su hija.

Días atrás, Marta Villanueva, hermana menor de Adolfina, quien era entonces estudiante de la UPR de Río Piedras y, es hoy en día directora de escuela, recordó con emotividad lo ocurrido 30 años atrás.

“Yo creo que ellos (los policías) fueron allí a matar”, dijo. “Mi cuñado se salvó porque se hizo el muerto y ellos no se dieron cuenta hasta después”.

Su cuñado, prosigue, fue quien identificó al sargento Víctor Estrella como quien hizo el disparo que mató a Adolfina. Estrella fue absuelto en el juicio. “El problema fue que se le acusó de asesinato y no se pudo probar la premeditación”, dice Marta Villanueva. “En ese juicio hubo muchas irregularidades y se dijeron muchas medias verdades y mentiras: se habló de que mi hermana había salido con algo en la mano para agredir a la Policía, pero también dijeron que en la casa habían encontrado unas bombas molotov”. “Las supuestas bombas molotov eran unas grillas que usaba mi cuñado para alumbrarse de noche cuando salía a pescar o a cazar jueyes”.

Y, según Marta, la demolición de la vivienda tuvo también el efecto de borrar gran parte de la evidencia.

“Antes de que lo acabaran todo, logramos rescatar una ventana”, dijo. “Estaba llena de agujeros de balas”.

“Según la prueba de balística, los agujeros iban hacia adentro, hacia el interior de la casa”.

Allí estaban en esos momentos los tres hijos menores del matrimonio: los mayores habían partido hacia la escuela.

Dos de los hijos han muerto ya. Otro estuvo preso largo tiempo en los Estados Unidos.

“Destruyeron a esa familia”, dijo Marta. “Esos niños se criaron sin una madre que los pudiera ayudar”.

A pesar de esto, y quizás acrecentada en parte debido al fallo judicial, Adolfina Villanueva ha quedado plasmada como un símbolo perpetuo para los que antes y después han luchado por permanecer en sus tierras ocupadas.

“Quizá pueda decirse que ahora las autoridades son un poco más cuidadosas”, dijo Marta, “pero los abusos de la Policía continúan y se sigue sacando a la gente de las tierras que vienen ocupando desde hace tiempo”. “

~ por Yvonne Denis en febrero 7, 2010.

lunes, 7 de febrero de 2011

¡Vivo el recuerdo...Adolfina Vive!

Continúa el legado de Adolfina...con aporte de bloguero solidario Borincano

domingo 6 de febrero de 2011
Adolfina Villanueva Osorio http://depuertoricopalmundo.blogspot.com/2011/02/adolfina-villanueva-osorio.html
En tiempos revueltos como los que azotan nuestra isla, vale la pena recordar a quienes fueron mártires de sus guerras sociales. Adolfina Villanueva Osorio fue una de ellas. El 6 de febrero 1980 Adolfina Villanueva fue asesinada por la policía de Puerto Rico por defender su derecho a la parcela en la que vivía frente al mar. Treinta y cuatro años tenia cuando la visitó la muerte vestida de plomo azul. Fue por la escopeta de un policía y frente a sus hijos que cayó herida de muerte en su humilde casita de madera en el pueblo de Loiza durante un desahucio forzoso. La orden fue diligenciada ¿adivinen por quienes? por la Fuerza de Choque, Operaciones Tácticas o como lo quieran llamar, siguen siendo 20 años después una desgracia para el país. ¿Encuentran algún paralelismo con la actualidad?

La familia de Adolfina había vivido en esos terrenos por muchas décadas. Su padre Don Victoriano, había nacido en esas mismas tierras para el tiempo de los españoles, así que comprenderá usted si tenían derecho a sentirse dueños de su hogar. Para aquellos que no recuerdan estos sucesos o los desconocen totalmente, sepan que nuestra historia esta cargada de atropellos perpetrados por los mismos abusadores dirigidos por el gobierno. No son casos aislados, 100 años después la soga sigue partiendo por lo más fino.

Bien lo dice la canción de Tite Curet titulada Desahucio, ''para el pobre el cielo, pal rico la tierra...''. Esta estrofa tiene hoy la misma vigencia.

Esta es una reseña solidaria y surge gracias a la inspiración del blog: http://adolfinavillanueva.blogspot.com/

domingo, 6 de febrero de 2011

A 31 años del asesinato de Adolfina Villanueva a manos de la Policía su viudo recuerda cómo murió esta mujer

Nircia R. Del Rosario Meléndez
Horizonte
En la memoria de Agustín Carrasquillo Pinet aún están muy frescos los acontecimientos ocurridos aquella mañana del 6 de febrero de 1980 en la que un disparo, proveniente del arma de un policía, le arrebató la vida a Adolfina Villanueva, su esposa.
“Los vamos a sacar vivos o muertos”, recordó el pescador que dijo uno de los 16 agentes acompañados por seis alguaciles y varias máquinas que llegaron hasta el lugar con una orden judicial para desahuciar a la pareja de su humilde residencia en madera en la comunidad de Tocones, la cual construyeron después de casarse y en la que vieron nacer a sus seis hijos. El padre de Adolfina le regaló el terreno donde vivían.
Las 7:00 a.m. de ese día marcó el comienzo del fin de esta familia.
“Ese día me levanté temprano. Iba para Vega Baja a coger jueyes. Entonces se puso una nublazón. Los nenes estaban en la escuela. Habían tres en la escuela. El mayor estaba en casa, Agustín, que tenía 12 años cuando eso, y los más pequeños Zaida y César. Cuando yo me siento en el balcón le dije a ella (Adolfina) yo no voy para allá a esta hora. Cuando veo venir todo ese montón de policías. Se fueron por allá por la playa”, comenzó a narrar a Horizonte el pescador, sentado en el balcón de su actual casa en Villa Cristiana, Loíza.
En un principio, él pensó que se trataba de un robo en la casa de su vecino. "Pero tumban el portón y empezaron a disparar desde la playa para dentro de la casa. Nos encerraron. Empezaron a tirar bombas de humo. Cuando la mujer mía vino para encima de mí, vino un policía y le disparó”, continuó Carrasquillo Pinet tras desmentir que Adolfina salió con un machete en la mano a enfrentar a los policías y a defender su casa y sus hijos. Él tampoco estaba armado.
El sargento Víctor Estrella, identificado como el que haló el gatillo de la pistola que mató a la mujer de 34 años, fue absuelto del juicio.
“Él no fue preso ni lo desarmaron”, mencionó Carrasquillo Pinet, quien recientemente vio al agente trabajando en el cuartel de Río Grande. “En el caso no se hizo justicia. Es claro que fue porque éramos pobres. Abusaron”, agregó.
A segundos de que Adolfina cayera en el suelo del corral de cerdos, a donde corrió para estar junto con su esposo, éste recibió cuatro disparos en su pierna izquierda.
El viudo mostró a este semanario las marcas en su pierna, que aún permanecen luego de 31 años, tras las operaciones para colocarle tornillos y pesas en el área afectada.
No pudo precisar en que parte del cuerpo Adolfina recibió el disparo mortal, aunque según informes policiacos su muerte la ocasionó una herida en el costado. En medio de su dolor, tampoco supo si su esposa por diez años murió en el acto o en el Centro Médico de Río Piedras a donde los trasportaron desde el Centro de Diagnóstico y Tratamiento (CDT) de Río Grande. Allí se enteró sobre el deceso de Adolfina.
De no ser porque su madre llegó corriendo, la aplanadora que destruyó su hogar hubiese segado la vida de los tres menores que estaban dentro de éste, indicó el hombre de 65 años, que se fue a vivir con su progenitora y sus hijos al sector Colobó hasta que se casó con Anastacia Matos.
En los alrededores del lugar construyeron complejos de viviendas y hospedaje, pero “en la parte donde estaba la casa lo dejaron limpio. No lo tocaron. Lo que hicieron fue un daño sin provecho”, mencionó Carrasquillo Pinet, quien no había regresado al área hasta hace algunos meses.
Para él, lo que ocurrió hace más de tres décadas fue una injusticia. Por largos años, luchó en la corte para que no le quitaran su vivienda. Acudió a La Fortaleza y al Capitolio. Todo fue en vano. “Estábamos luchando contra un cocotú, gente de dinero”, lamentó.
“Yo oí decir que Berito Quiñónez (dueño de la finca) dio $15 mil al jurado para que fallara a favor de él”, comentó.
De sus hijos, sobreviven cuatro. Tres de ellos viven en Estados Unidos. Ninguno de ellos guarda un recuerdo de su madre, descrita como una mujer de carácter fuerte, dedicada a sus hijos y religiosa. Todo quedó debajo de los escombros. Pero aun así, “ellos no tienen rencor. Nosotros los criamos decentes”, dijo su padre quien junto con su nueva esposa educó a sus retoños.
A preguntas de qué le parece que Adolfina se haya convertido en símbolo de lucha para las comunidades a punto del desalojo, el pescador expuso que “hay que recordar lo que pasó para que no ocurra lo mismo”.
Añadió que “no me gustaría que pasara lo que nos pasó. El Gobierno está pisoteando al pobre. Estamos viviendo una vida bien mala”.
Aprovechó, además, para enviar un consejo a los policías para que este suceso, “que nunca aquí en Puerto Rico había pasado” se repita.
“Tienen que pensar primero lo que van a hacer. No es justo quitarle la vida a alguien. De milagro de Dios, esos nenes no me los mataron. “Los policías no tienen control de las vidas”, sostuvo.