miércoles, 27 de enero de 2010

Presencia de Adolfina en nuestros artistas

Adolfina/ Mayra Santos-Febres
Domingo, 6 de Febrero de 2005

Ohé ohé
que llegó la policía
sin ton ni son
como llega a Medianía
Son cimarrón a Adolfina Villanueva/ Edwin Reyes.

Cuentan los que la conocieron que ella no era una débil criatura de trato dulce, ni una madre abnegada y mujer sufrida. Cuentan que fue una negra dura. Que por dura fue que tuvo los seis hijos que tuvo, por dura fue que levantó casa en aquellos predios de Medianía Alta que el 6 de febrero del año 1980, a las 10:00am, la Iglesia y el Estado le querían arrebatar. Que por dura fue que salió machete en mano a enfrentarse a los policías que cercaron su casa en la cual vivió con su marido, Agustín Carrasquillo, por 14 años, en terrenos que la familia Villanueva había habitado por casi un siglo y que ahora le querían arrebatar. Que a ella no la amedrentaban con poca cosa. Cuentan los que la conocieron que era una negra dura, Adolfina Villanueva.

En la prensa la describieron como siempre describen a las mujeres de su calaña: flaca y fibrosa, con el ceño fruncido, oscurísima como un animal de mangle y con la quijada apretada. Así siempre describen a las mujeres de la estirpe de Adolfina, a esas mujeres que se resisten a ser las obedientes servidoras. Así describieron a Luisa Nevárez Ortiz, primera mujer condenada a muerte en Puerto Rico en el 1906, en el diario La Correspondencia - negra, flaca, hombruna. Por vestirse de hombre y retar el poder sindicalista masculino metieron presa a Luisa Capetillo también a principios de siglo pasado, en Cuba. Y por esos tiempos también cayeron presas bajo el Código del Reglamento de Higiene del 1886 muchas mujeres que los documentos oficiales definían como "unruly" (ya para la etapa de los gobiernos militares gringos en P.R.). Mujeres duras, que parían y trabajaban y sabían pelear a lo macho, como Adolfina Villanueva. Mujeres que se resistían a ser, por ejemplo, las Mamá Inéses legendarias que aún hoy aceptamos como el epítome de la buena mujer menor (por ser "de color" o ser de una clase inferior); la matrona sonriente y resignada que le cría los hijos a las amitas para que ellas no pierdan su figura. Ya sabemos de sobra que por buena y resignada que se sea, nunca se llega a Virgen, a Santa; si acaso a sevidora de la Reina Madre a la que se le contempla arrobada mientras Ella asciende a los cielos, coronada por la luna y las estrellas. El pecho de la Virgen tan níveo que jamás toca la boca de sus críos. Es la nana, la Mama Inés vacuna la que con su leche oscura los alimenta, siempre dando, siempre dando. Adolfina Villanueva no era así. Ella salía guerrera, machete en mano, a exigir su pedazo de tierra, a reclamarlo con su sangre si preciso. No iba a reconocerle al Cardenal Luis Aponte Martínez ningún poder, al Sargento Víctor Estrella ni al Comandante Angel Luis Hernández Colón, a cargo del operativo de desahucio, ninguna potestad sobre ella, sobre su hacienda, sobre sus hijos. Salió machete en mano y, tal vez sin quererlo, los desnudó ante los ojos públicos como lo que eran, asesinos al servicio del poder. Hasta el alto representante de la Iglesia, con su mitra colorada y su falso temple de santo, se mostró como lo que realmente era. Después quiso, como Pilatos, lavarse las manos, explicar que había reglas, leyes que se habían violado, que él no fue quien dio la orden a los policías. Pero para siempre se le quedaron las manos manchadas con la sangre de Adolfina Villanueva.

Dicen que la violencia es la máxima expresión de una voluntad de poder. También dicen que el poder no es otra cosa sino la magnificación del miedo. Controlar al otro, subyugarlo a toda costa es preciso e imperioso, porque en la mente del que domina, el otro está tramando su completa destrucción. Lo que más teme el dominador es convertirse en el dominado, la amita convertirse en la negra vacuna que tantas veces ella misma ha humillado, el representante de Dios en el pescador lleno de parásitos, buscando entre la yesca de las palmas gusanos que usar como carnada para poder comer. Por eso es que cuando las mujeres de la estirpe de Adolfina, mujeres duras de todas las razas, todas las clases, todos los tiempos, se enfrentan a los representantes del poder, bulle la sangre, explota la violencia más brutal, más sorpresiva. Que se lo pregunten a nuestra gobernadora saliente.

Aquella tarde del 6 de febrero del 1980, una brigada entera de policías abrió fuego sobre una mujer que, con tres de sus hijos (Agustín, de trece años, Betzaida de tres, César de un año y medio) y con su esposo, salió a defender su tierra. Ella los vio llegar y, en vez de arrastrarse, vacuna, sobre la arena, implorando a los poderes que la ampararan, salió machete en mano a enfrentar a los policías. Silbaron las balas. Cinco atravesaron la pantorrilla de su esposo. Una sola quebró el pecho de Adolfina, que corría escalera arriba a proteger a su prole. El oscuro animal de mangle quedaba reducido a un remolino de carne y sangre. Jamás se señalaron culpables. El Sargento Estrella y todos los policías acusados del crímen fueron absueltos en un juicio que más parecía carnaval de humillaciones para los familiares de la víctima. El juez Charles Figueroa se encargó de ello. Luego, la familia de Adolfina ganó una demanda contra el gobierno y el gobernador Rafael Hernández Colón le otorgó compensaciones monetarias por su tragedia. Pero nadie ha querido ni reabrir ni discutir públicamente la investigación del crimen. Allá se dejó que la tierra abrevara la sangre de la negra, que se la chupara entera, le diera cobijo eterno. Ahora sí que nadie la iba a desentrañar de aquellas tierras arenosas en Medianía Alta.

Los periodistas comprometidos hicieron todo lo que pudieron por denunciar el crimen a lo largo de estos veinticinco años, pero no ha pasado nada. La muerte de Adolfina Villanueva pasó a ser una más entre el amplio catálogo de muertes violentas de mujeres desafiantes. La muerte de Antonia Martínez gritándoles a los policías para que dejaran de abusar a los estudiantes, la muerte en llamas de Doris Torresola frente a la Corte Federal, el asesinato de Isabel Luberza Oppenheimer, la Madama de Marangüez, la de Luisa Nevárez Ortiz, a quien nunca se le probó que fuera culpable del crimen que la conducía a la horca. A esa se suman millones de formas de la violencia para callar a mujeres atrevidas, duras, la de Sor Juana Inés de la Cruz por desafiar al Obispo de Puebla (ni original fuiste, Cardenal Aponte, en tu crimen), el encarcelamiento de la escritora Nawal el Sadawi por atreverse a ser feminista en Egipto, la de las nuevas mujeres afganas, forjándose una vida de menor sometimiento a las fuerzas del poder económico y patriarcal. Lástima que el camino hacia la libertad tenga que abrevar tanta sangre. Honor que se siente el saber que una pertenece a una larga raza de mujeres de estirpe, valientes y desafiantes, mujeres duras que cada vez hacen la ruta más fácil, más acompañada, más recordable.

Hoy, 6 de febrero del 2005, se cumplen 25 años de la muerte de una mujer dura. Adolfina Villanueva. Era flaca y prieta como un látigo silbando en pleno aire, señalando la mano del verdugo y sus excusas. Y aunque muchos quisieran que su muerte no fuese nombrada nunca más, aquí estamos centenares de mujeres de la estirpe de Adolfina, recordándola.

Paradas estamos vigilando a los culpables, no olvidando sus nombres, al acecho. Y cada año que pasa, le sacamos aún más filo al machete en la mano.

Mayra Santos-Febres- profesora, poeta y narradora, autora de "Sirena Selena vestida de pena" y "Cualquier miércoles soy tuya".

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